Separados solo durante un tiempo

“No estaremos separados para siempre; nos reuniremos en la Casa del Padre”.

“No estaremos separados para siempre; nos reuniremos en la Casa del Padre”.

Esa fue la promesa que el Señor Jesús les hizo a Sus discípulos la noche anterior a Su crucifixión. Nuestro Señor vio cuán atemorizados y confundidos estaban esos hombres con los acontecimientos predichos por Él sobre Su muerte y partida. Por eso, les reveló que aquella separación no sería definitiva, sino provisoria y por un gran motivo: ¡Él estaba yendo adelante de nosotros a prepararnos un lugar!

En la casa de Mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo hubiera dicho; porque voy a preparar un lugar para vosotros. (Juan 14:2)

Vea que, en la Casa del Padre, hay lugar suficiente para todos los hijos. Nuestras habitaciones terrenales son limitadas y, muchas veces, pequeñas para recibir a todas las personas a las que amamos. Sin embargo, el Cielo es un lugar donde ninguno de los que creyeron en el Señor Jesús, y Lo recibieron como su Salvador, será olvidado o abandonado. Si es hijo de Dios, tiene la garantía de que no se quedará afuera.

Nadie podría alcanzar el Cielo. Sin la muerte y la resurrección del Señor Jesús, toda la humanidad continuaría perdida y sin oportunidad de salvación; pero, a través de Su sacrificio, cualquiera —aunque sea el más grande pecador— puede entrar y tomar posesión de esa herencia incorruptible. Solo, nadie va al Padre; pero, cubiertos con la sangre de Jesús, todos son bienvenidos.

En la cultura oriental, era común que una comitiva o un enviado fuera adelante de los reyes y nobles para preparar todo antes de que estos se desplazaran hasta aquel lugar. Entre los preparativos, estaba el acto de allanar los caminos tortuosos para que el acceso quedara despejado. Fue exactamente eso lo que hizo el Señor Jesús. Él tomó la posición de Siervo del comienzo al fin de Su misión y abrió el camino para que llegáramos al Reino de los Cielos.

A través de Él, Dios nos proporcionó una morada, un lugar de descanso pleno de las luchas que vivimos aquí.

Ante esto, notamos que el Señor Jesús eligió hablarles sobre el Cielo a Sus discípulos en Sus momentos finales, para que aquellos hombres pudieran mantener delante de sus ojos y de sus mentes el ávido deseo de estar en la eternidad con Dios.

Por eso, quiero también que esta lectura inflame su deseo por el Cielo, aunque mi vocabulario y entendimiento sobre las bendiciones de la eternidad sean extremadamente limitados. Me gustaría poder expresarme mejor con respecto a las gloriosas recompensas que les serán dadas a los salvos. Sin embargo, nuestra imaginación examina con cuidado ese regalo oculto y guardado en secreto por el Altísimo. Creo que, si nuestro lenguaje es limitado para describir las riquezas y los deleites del Cielo para el alma, es porque se cumplirá la gran admiración al contemplar el estado futuro de felicidad de los salvos: “… Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han entrado al corazón del hombre, son las cosas que Dios ha preparado para los que Le aman” (1 Corintios 2:9).

Estar en la eternidad con Dios es algo tan nuevo y extraordinario que nadie jamás vio, oyó o imaginó algo semejante. Huye de nuestra comprensión humana el privilegio que eso significa. Por lo tanto, lo mejor para nuestra alma no está en este mundo, sino en el porvenir.

Continuará…
Libro: Secretos y Misteriosos del Alma
Autor: Obispo Edir Macedo

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