Una fiesta que duró poco

Una fiesta que duró poco

Mientras el infierno conmemoraba su triunfo sobre Adán y Eva, Dios determinaba su enfática derrota al anunciar el Evangelio, por primera vez, aún en el Edén: “Y pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y su simiente; él te herirá en la cabeza, y tú lo herirás en el calcañar” (Génesis 3:15).

Por lo tanto, el pecado no tomó a Dios por sorpresa, exigiendo de Su parte un reordenamiento de Sus planes o un cambio en Su voluntad. ¡Al contrario! En Su infinita omnisciencia, el Altísimo, antes incluso de crear a Adán y Eva, ya sabía que todo aquello sucedería. Desde la eternidad, el Padre preparó a Su Hijo para el sacrificio en favor de los hombres (ver Apocalipsis 13:8), pero el diablo no lo sabía.

Cuando reprendió a Satanás, el Todopoderoso reveló que de la mujer vendría una Simiente Divina que aplastaría su cabeza. Así, habría redención incluso para la figura de la mujer, porque de humillada, a causa del engaño que había sufrido, pasaría a ser un instrumento de Dios. Es decir, de una mujer nacería Alguien que destruiría la autoridad y el poder que Satanás había acabado de recibir de Adán. Ese anuncio se refería al nacimiento del Señor Jesús, engendrado por el Espíritu Santo en María. Por las Escrituras, podemos ver todo el plan de Salvación que fue delineado aún en el huerto:

1. Dios Hijo Se torna hombre (Isaías 9:6; Lucas 2:7; Juan 1:45);

2. Él nace de una virgen (Isaías 7:14; Mateo 1:23; Lucas 1:31-33; Gálatas 4:4);

3. Su muerte en el madero trae redención (Isaías 53:5-9; Juan 1:29; 3:16; Romanos 3:23-26; 2 Corintios 5:21; Gálatas 3:13);

4. El diablo es derrotado (Juan 5:28-29; 12:31; 1 Corintios 15:55-57; Colosenses 1:13-14; 1 Pedro 1:18-21; Apocalipsis 12:10);

5. Los que creen en Jesús, como el Enviado de Dios, tienen la garantía de Salvación (Juan 3:36; 5:24; Hechos 16:30-31; Romanos 10:9-10; 1 Juan 5:10-13).

Aún en el Edén, el Dios Padre reveló que el Dios Hijo vendría como un hombre común y que Su vida y muerte sacarían al ser humano de las tinieblas y lo llevarían a la luz. Así, nadie más tendría que vivir preso a las garras del diablo, sino que, a través de la preciosa Sangre derramada en la cruz, cualquier persona, en cualquier generación, cultura o pueblo, podría vivir completamente libre del mal.

La venida del Salvador fue “para que abras sus ojos (de los seres humanos) a fin de que se vuelvan de la oscuridad a la luz, y del dominio de Satanás a Dios, para que reciban, por la fe en Mí, el perdón de pecados y herencia entre los que han sido santificados” (Hechos 26:18).

El Mesías era el “descendiente de la mujer” que sería herido en la cruz en Su calcañar a causa del pecado – una referencia a los clavos de la crucifixión en Sus pies – pero esa herida era, en realidad, Él aplastando la cabeza de la serpiente, Satanás. Jesús fue lastimado, herido (Isaías 53:4) por nuestros pecados, pero eso representaba el golpe fatal en aquel que se tornó el archienemigo de Dios.

El intento del diablo siempre fue hacer que los seres humanos se uniesen a él para que así quedaran esclavizados para siempre, como lo había hecho con los ángeles que lo siguieron en la rebelión en el Cielo. Sin embargo, Dios no permitió que eso sucediera con los hombres. Por eso vemos, durante todo el desarrollo de la historia narrada en la Biblia, al Todopoderoso actuando para ejecutar Su plan de redención después de la caída de Adán y Eva. Su voluntad de tener otros hijos como Jesús no sería frustrada. A fin de cuentas, el hombre fue creado para alabanza de Su gloria (Efesios 1:12), y así será con los que creen en Su Enviado, los cuales fueron llamados elegidos incluso antes de la fundación del mundo.

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