Vaciarse de sí mismo

Ahora imagine, amigo lector, un jarrón repleto de flores variadas, y usted desea que este jarrón tenga sólo flores rojas. ¿Qué hace usted? Primero, usted lo vacía, después lo lava y coloca las flores que usted desea, que son las rosas rojas ¿no es cierto? Pues bien: es exactamente así que nosotros tenemos que proceder con respecto a la fe. Si usted desea una vida de fe, tiene la necesidad urgente de vaciarse de sí mismo. Las personas dejan de gozar de la vida abundante que es ofrecida en el cristianismo, única y simplemente, porque están llenas de pensamientos contrarios a la voluntad de Dios. Organizan sus religiones, filosofías y maneras de reaccionar ante los problemas que se les presentan. Cuántas veces yo decía: “nací católico y moriré católico, y nadie va a hacerme cambiar de actitud…” o “A fin de cuentas, mis antepasados fueron católicos y no voy a ser yo quien cambie ahora…” Realmente, es muy difícil llevar el mensaje genuinamente cristiano al corazón de estas personas, y hasta recomendamos a los demás cristianos no insistir con su testimonio de fe, intentando imponerla a dichas personas. Jamás alguien así conseguirá una fe sólida en el Señor Jesucristo, porque la revelación del Hijo de Dios a nosotros depende exclusivamente del conocimiento de la Palabra de Dios, inspirada por el propio Dios, en la persona del Espíritu Santo. Y para que el Espíritu Santo pueda obrar dentro de nosotros, es necesario que nos presentemos a Él, con los corazones vacíos de nosotros mismos.

Es por esta razón que afirmamos que hay un precio que pagar y en este caso, la persona lo paga despojándose de todo el conocimiento religioso que tiene, de sus tradiciones y pensamientos vanos a fin de que pueda ser lleno del Espíritu de Dios.

Así sucedió con el famoso apóstol Pablo. Durante su vida religiosa de obediencia a los ritos y mandamientos judaicos persiguió a los cristianos, hasta el punto de apresarlos, metiendo en la cárcel a hombres y mujeres, ancianos y jóvenes, todo por su religión, pero cuando se dirigía a Damasco, en el camino tuvo una revelación y de ahí en adelante, de perseguidor de cristianos pasó a ser perseguido por amor a la causa del Señor Jesucristo. La transformación de su mente fue tan radical, que llegó hasta el punto de morir por ella. Todo aquello que él había aprendido durante el transcurso de los siglos ha perdido su originalidad, entonces permítame informarle que mientras que usted no abandone definitivamente estos pensamientos, jamás tendrá una fe saciada, activa y poseedora de las bendiciones de Dios.

Por otro lado, incluso si usted es un creyente evangélico tradicional, cree que realmente Jesús es su salvador personal, pero aun así mantiene también ideas preconcebidas con respecto a los milagros que el Señor Jesús prometió hacer con aquellos que lo invocan en espíritu y en verdad, es decir, de acuerdo con Sus santas promesas. Si usted cree que los milagros del Señor Jesús ya pasaron, que para que Él muestre Su divinidad tendría que realizar ahora algunos hechos entre nosotros, y que ahora la cosa es bien diferente, entonces debo decirle que usted es un genuino creyente incrédulo, que necesita urgentemente una revelación del Espíritu Santo para conocer lo que es fe real y verdadera en Cristo.

Un ejemplo bíblico, que además es sensacional, es el caso de Moisés que cuando fue a llevar el rebaño de Jetro, su suegro, al otro lado occidental del desierto, llegó al monte de Dios, llamado Horeb. Le apareció el Ángel del Señor en una llama de fuego, pero no se consumía. Entonces, lleno de curiosidad, se aproximó y oyó al Señor diciendo: “¡Moisés, Moisés! No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es” (Éxodo 3:4-5).

Para que poseamos una fe victoriosa, como ya dijimos, necesitamos pagar un alto precio, y éste no siempre se consigue pagar debido al egoísmo, al orgullo, al pudor, etc. Antes que Moisés dialogara con Dios, tuvo que quitarse las sandalias de sus pies, y nosotros no podemos hacer menos. Para conseguir contactarnos con Dios, tenemos que quitarnos nuestras sandalias tradicionales, sandalias de conceptos y preceptos humanos, tenemos que quedarnos vacíos de nosotros mismos, de nuestra religiosidad, de los pedestales de orgullo y vanidad, de las doctrinas caducas, de cargas emocionales, de pensamientos de cobardía espiritual; en fin, limpiar primero nuestro interior para, entonces, presentarnos delante de Dios y recibir el verdadero don del Espíritu Santo.

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