Contra quién luchamos (Parte 1)

Dios coloca a nuestra disposición un verdadero arsenal espiritual capaz de vencer a todos nuestros enemigos. Pero, para eso, no basta con que tomemos solo una parte de la armadura de Dios, es necesario tomar “toda” la armadura: “Revestíos con toda la armadura de Dios”.

De la misma forma que, en las guerras del pasado, solo los soldados fuertemente armados y protegidos estaban aptos para luchar y vencer, en la guerra contra el infierno, solamente los siervos revestidos con la armadura espiritual completa están listos para atacar al mal y defenderse de él (verifíquelo en Efesios 6:11-13).

En la jornada cristiana, quien se convierte, de inmediato ya recibe un llamado especial del Altísimo para entrar en las hileras del ejército de los valientes de la fe. El SEÑOR, que es nuestro General de guerra, convoca a aquellos que se entregan a Él para guerrear bajo Su comando. A partir de entonces, Dios lo saca de la condición de víctima de los espíritus inmundos a la condición de “más que vencedor”, porque ¡es imposible que el SEÑOR de los Ejércitos pierda una batalla! Pero esa condición de victoria permanente solo es posible si esa persona se rindió verdaderamente ante Él. En caso de que tenga los ojos en el mundo, considerándolo como un lugar de ocio y bienestar, será una presa fácil para su oponente. Por este motivo, el cristiano tiene que ser vigilante, sobrio y sensato en su fe todo el tiempo, para no ser sorprendido por el mal.

Es indispensable resaltar que nuestra lucha no es contra las personas, sino contra los espíritus de las tinieblas que las usan para atacarnos: “Porque nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales” (Efesios 6:12).

Si nuestros enemigos fuesen los seres humanos, nuestra guerra sería fácil de ser vencida, porque las personas son vulnerables y mortales. Nuestra lucha no es religiosa, política o económica, aunque el diablo actúe en esas áreas y guíe la mayoría de los eventos que suceden en el mundo.

Luchamos, por lo tanto, contra seres espirituales que se organizan de forma jerárquica muy inteligente. Los demonios son invisibles a nuestros ojos físicos, pero nos ven 24 horas por día. Por haber sido ángeles de luz, conocen a Dios cara a cara, así como al Cielo y varios misterios del mundo espiritual que ninguno de nosotros conoce. Además, son portadores de vasto conocimiento bíblico, más que cualquier ser humano, y no descansan hasta derribar a un hijo de Dios.

Ahora usted entiende pues el Espíritu Santo nos muestra contra quién, de hecho, luchamos. Quien olvida que su pelea es contra espíritus malignos y se enfoca en combatir a la persona que está siendo usada por el mal, está actuando como alguien que culpa al bisturí usado por el médico de hacer una mala cirugía y no al propio médico que lo usó.

Entonces, nuestra guerra es contra un adversario perspicaz, que tiene muchas caras y muchos nombres (Beelzebú, Belial, príncipe de este mundo, dragón, “dios de este mundo”, Satanás, diablo…), pero un solo objetivo: promover el pecado para alejar al ser humano de Dios. Para eso, usa muchos disfraces, pues, si muestra su verdadero rostro e intención, nadie caerá en sus trampas.

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