Diferencia entre los frutos y los dones Parte II

Lo que motiva este desnivel espiritual es el hecho de que el pastor, por ser muy usado por el Espíritu Santo en su ministerio, se cree señor de sí mismo y de sus acciones extra-ministeriales, con la aprobación del propio Espíritu, es decir, que por ser muy usado por Dios a través de sus dones tiene el derecho de actuar como le venga en gana. Una cosa no tiene que ver con la otra. Si él es muy usado por Dios delante de las personas necesitadas es porque el Señor desea alcanzar a aquellas criaturas perdidas y cumplir su Palabra. Entonces, el pastor es usado, y esto no quiere decir o confirmar su santidad delante de Dios. Dios usó a una asna para hablar a Balaam (Números 22:28) y a un cuervo para alimentar al profeta Elías (1 Reyes 17:4), y no por eso estos animales eran puros y santos.

El apóstol Pablo nos amonesta al respecto de los dones y los frutos del Espíritu, cuando afirma: “Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy” (1 Corintios 13:1-2).

Para Pablo era más importante el ser que el hacer, es decir, ejercer con la propia vida el amor, la alegría, la paz, la paciencia, la benignidad, la bondad, la fe, la mansedumbre y la templanza delante de Dios y de los hombres e, incluso, delante de los demonios. Es vivir al Señor Jesús cada día y manifestar su gran gloria en este mundo. ¡Ésta es y será, siempre, la voluntad máxima de Dios para cada uno de nosotros! El Señor Jesús dijo: “Vosotros sois la sal de la tierra…” (Mateo 5:13).

Nadie puede ser cristiano sin seguir al Señor Jesús, ni ser sal de la tierra si no vive los frutos del Espíritu Santo.

Los frutos del Espíritu Santo son las manifestaciones de nuestro yo delante del mundo, mientras que los dones son la manifestación del Espíritu Santo a través nuestro y oyendo de nuestros labios las promesas de Dios.

Es el profundo deseo de Dios, no sólo que hagamos su obra en favor de su pueblo, sino que, también, seamos un vivo ejemplo del Señor Jesús, como está escrito:

“El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1 Juan 2:6).

Continuará…

Si le interesa lea también: Diversidad de lenguas

Libro: En los Pasos de Jesús
Autor: Obispo Edir Macedo

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