El diablo y el púlpito (parte 2)

El diablo ha trabajado exhaustivamente para ocultar conceptos como la eternidad, el infierno y el lago de fuego. Ya que no puede apagar el fuego del infierno, intenta borrar la enseñanza que trae temor y oportunidad para que las personas se reconcilien con Dios y escapen de la condenación. Para el diablo, no hay más posibilidad de perdón: su sentencia y su destino ya fueron decretados por el Altísimo cuando se rebeló, y ahora quiere hacer lo mismo con el ser humano.

Durante reuniones de liberación, ya oí a muchos demonios decir, por medio de personas posesas, que les gustaría tener la oportunidad que tiene el ser humano de arrepentirse, de volverse a Dios y cambiar su futuro. Los espíritus malignos no tienen más esa oportunidad, pues, desde el día en el que pecaron, fueron destituidos de toda gloria Divina, ¡y eso es irreversible! No sucedió lo mismo con el hombre. Al pecar, Adán, Eva y toda la humanidad recibieron del Altísimo la dádiva de alcanzar Su perdón. Dios proveyó nada más y nada menos que la Sangre de Su único Hijo para expiar nuestros pecados.

El Señor Jesús recibió un cuerpo humano y entró en nuestro mundo para que Su Sangre pudiera ser derramada en la cruz. Así, Él firmaría el Testamento de la Nueva y Eterna Alianza de Dios con los seres humanos. Esa Alianza solo podría ser “con sangre” (Hebreos 9:7,22), pues, desde el pecado en el Edén, el hombre no podría vivir más sin que otro ser muriera en su lugar. Al principio, eso sucedió con animales hasta llegar el día en que Jesús, el Cordero de Dios, fue sacrificado. Entonces, el Dios Hijo, que era inmortal, renunció a la inmortalidad para pasar por la muerte al venir al mundo en forma humana. A causa de nuestros pecados, Él estuvo separado del Padre y sufrió la mayor pena impuesta por el pecado: la muerte. El Señor Jesús sufrió todo eso para que toda persona que en Él cree no muera eternamente, es decir, no sea condenada al lago de fuego y azufre.

Jesús, el Hijo Amado que nunca cometió transgresión, pero que, por toda la eternidad, amó y honró a Su Padre, recibió en la cruz toda la ira de Dios contra el pecado del mundo. En el momento de Su muerte, Él Se hizo maldito en nuestro lugar para que nos tornáramos justos como Él, delante del Padre: “Al que (Jesús) no conoció pecado, Le hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él” (2 Corintios 5:21).

Esa gloriosa Obra de Redención, hecha para rescatar al ser humano, hace que Satanás odie aún más a Dios y trabaje con mucho más ímpetu para anestesiar la mente humana. El objetivo de eso es hacer que el hombre desperdicie la chance de Salvación hasta que no tenga más tiempo para arrepentirse. Por eso, no es comprensible que los siervos no deseen hablar de la mayor ofrenda que el universo ya vio. Si lo que Dios más desea es salvar al ser humano, ¿cómo un siervo, que es conocedor de ese plan Divino, no se convierte en un cooperador inflamado de Su propósito? ¿Cómo puede ver a las personas perdiendo la posibilidad de pasar la eternidad en el Cielo, mientras caminan rumbo al infierno, y no hacer nada para impedirlo? ¿Cómo puede permitir que las personas por las cuales es responsable continúen estando ansiosas y sobrecargadas, mientras que a él solo le importan sus propios cuidados con su vida en este mundo? ¡Esa indiferencia es inadmisible para un verdadero siervo de Dios!

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