El lenguaje de la fe

El rey Salomón dijo: “El que guarda su boca guarda su alma; más el que mucho abre sus labios tendrá calamidad” (Proverbios 13:3).

Si meditamos bien en esta palabra, verificaremos cómo es profunda y verdadera. ¿Cuántos de nosotros hemos sido derrotados por la expresión de nuestras propias bocas? ¿Cuántas veces perjudicamos y fuimos perjudicados por nuestras propias palabras?

Jesús dijo que: “Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado” (Mateo 12:36-37).

Inconscientemente confesamos lo que creemos, de ahí la importancia de tener nuestros corazones llenos de la Palabra de Dios con el fin de que podamos confesarla y como consecuencia, creer.

Cuando usted confiesa y reconoce la enfermedad es porque cree en el poder de acción en su cuerpo; por eso mismo, la curación sólo podrá darse cuando usted crea más en la eficacia de la fe en la Palabra de Dios. Sin embargo, usted dirá: “¿Entonces yo debo mentir, diciendo que no estoy sintiendo nada, cuando realmente lo estoy sintiendo?” ¡No, nada de eso! Pero, ni aún así usted debe confesarla.

Si una persona está sufriendo con alguna dolencia, ¿cuál es la actitud que ella debe tomar? Bien, si ella es verdadera seguidora del Señor Jesús, entonces debe saber que hay provisión amplia en Cristo para la curación de su enfermedad; por tanto, debe inmediatamente, al sentir el síntoma del mal, reclamar a Dios la eliminación completa de la dolencia y no quedarse diciendo a todos que está sintiendo esto o aquello… Porque cuanto más se confiesa la derrota, más somos derrotados.

La persona que tiene la fe bien sólida, al sentir cualquier síntoma de dolencia, inmediatamente debe reprender aquel mal, confesando la Palabra de Dios, que dice que el Señor Jesús llevó sobre sí todas nuestras enfermedades… y que por Sus llagas ya fuimos curados.

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