La bendición financiera

En cierta ocasión, un señor llegó a nuestro despacho pastoral, contando su problema: “Pastor, yo tengo una familia maravillosa: mi esposa y mis hijos sólo me han traído placer y satisfacción, yo gozo de paz espiritual y también todos en casa gozan de salud perfecta. Aún así, vivo una agonía constante, mis negocios van de mal en peor, a veces paso noches en vela, preocupado con los pagos del día siguiente y, en este exacto momento, llegué hasta el punto crucial de la quiebra, no tengo la más mínima idea de lo que voy a hacer.

Realmente, uno de los mayores problemas del ser humano es la falta de dinero. Nosotros vivimos en una sociedad de consumo, la propaganda bombardea nuestra mente cada vez más con cosas que nos dejan cada vez más sedientos. Por otro lado, la inflación cercando el cerco, y volviendo todo más difícil; el desempleo como un fantasma, rondando al pobre y oprimido, y así en adelante. ¿Cómo actuar ante este avasallador problema? ¿Qué espera Dios de cada uno de nosotros ante todo esto?

Bien, la Biblia nos da la receta de una vida abundante, haya inflación económica o no. Cuando el Señor Jesús vino a este mundo, manifestó reiteradamente que el diablo es el causante de la muerte, del robo y de la destrucción. Él afirmó que vino para destruir las obras del diablo y traer la vida con abundancia: “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10).

Podemos ver claramente el deseo de Dios para nosotros, cuando Adán y Eva fueron creados. Cuando Dios los creó, antes preparó la provisión de todo lo que ellos tendrían. En el Jardín del Edén había abundancia de todo lo que un hombre pudiera desear: abundancia de alegría y placer, de paz y amor, abundancia de comida y de agua, de salud y fuerza, en fin, abundancia de todo. David reconoció que Dios es Su Señor y que nada le faltaría; que Él le llevaría a pastos verdes, es decir, a la vida abundante… Y entonces surge la pregunta: ¿Cambió Dios su manera de reaccionar con el hombre?, ¿Le abandonó Él para siempre, porque mataron a Su Hijo?

¡Claro que no! Dios no cambió y jamás lo hará. Sin embargo, hay una disciplina, un orden que nadie puede traspasar si de veras está deseando participar de una vida abundante. Y el camino para esto se encuentra en Malaquías 3:7-12, que dice lo siguiente: “Desde los días de vuestros padres os habéis apartado de mis leyes, y no las guardasteis. Volveos a mí, y yo me volveré a vosotros, ha dicho el Señor de los ejércitos. Mas dijisteis: ¿En qué te hemos robado? ¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? En vuestros diezmos y ofrendas. Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me habéis robado. Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice el Señor de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde. Reprenderé también por vosotros al devorador, y no os destruirá el fruto de la tierra, ni vuestra vid en el campo será estéril, dice el Señor de los Ejércitos. Y todas las naciones os dirán bienaventurados; porque seréis tierra deseable, dice el Señor de los Ejércitos”.

El secreto de una vida abundante, ya sea espiritual, física o financiera, depende exclusivamente de cada uno de nosotros. Nosotros somos los que determinamos la vida abundante, si tan sólo obedecemos la voz del Señor. Existe una amplia provisión financiera para todos, pero depende de nuestra fuerza de voluntad en andar a través del camino trazado por la Escritura Sagrada.

Cuando somos fieles en los diezmos y en las ofrendas nos estamos colocando en la posición de socios de Dios, porque el dinero en la obra de Dios se transforma en vidas salvadas del imperio de la muerte; es con él que la Iglesia paga programas radiofónicos, alquileres, programas de televisión, libros, folletos, Biblias; en fin, una serie de cosas que hacen promover en el seno de este mundo el Reino de Dios. De ahí que la participación de cualquier persona con sus diezmos y ofrendas hace directa o indirectamente expandir el Reino del Señor Jesús en esta tierra y, en consecuencia, disminuir el reino de satanás. Cada vez más, Dios es glorificado a través de nuestra participación financiera. Y es por esa razón que las bendiciones financieras son derramadas en abundancia, con el fin de que nosotros tengamos más y también podamos ayudar a otros a encontrar al Salvador Jesucristo.

Así, el hombre consigue éxito en la vida profesional, porque de ella participa el Señor Jesucristo, como su fiel socio inseparable.

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