El rescate de nuestra alma (Parte II)

Como todo tiene un costo, el Señor Jesús pagó un alto precio por nuestra alma. (Menos mal que Él tuvo disposición para sufrir tanto.)

Ahora, nuestra respuesta a esa prueba tan grande de amor es nuestra entrega a Dios por completo. No basta con querer, es necesario sacrificar, darle el alma a Él; de lo contrario, ¿cómo el Todopoderoso trabajará en su vida?

Digamos que usted tiene un problema de salud y necesita una cirugía. Si no sujeta su cuerpo al cirujano, ¿cómo podrá este hacer la intervención quirúrgica que usted necesita?

¿Cómo puede querer que su alma sea restaurada y salva sin rendirse al Señor y Creador del alma?

Hay personas que tienen facilidad para entregarles su cuerpo a los profesionales de la salud y de la belleza; otras tienen facilidad de entregarle sus sentimientos y su futuro a una persona que recién conocen. No obstante, tienen dificultades para confiar el alma cansada y herida a los cuidados del Señor Jesús.

Debo advertirle que, mientras usted no Le entregue su alma a Dios de verdad, no tendrá paz y no recibirá una nueva vida.

Yo creo que, tan cierto como que Dios existe, el Reino de los Cielos —donde Él vive— solo es poseído por aquellos que, espiritualmente hablando, se entregan y mueren para este mundo. De lo contrario, no hay manera de “comprar” el campo donde está el tesoro, del cual ya hablamos aquí.

El buen precio que se paga por el Reino de los Cielos es el alma.

Guarde bien esto: el alma es el precio del campo.

Sin embargo, el mayor problema de las personas es que no quieren entregarle el alma al comprador, que es Jesús.

Pues por precio habéis sido comprados [el alma de Jesús por la nuestra]; por tanto, glorificad a Dios en vuestro cuerpo [el templo del Espíritu Santo] y en vuestro espíritu [el carácter], los cuales son de Dios (1 Corintios 6:20).

Al inicio de mi fe, yo también tuve cierta resistencia para entregarme al Señor Jesús. Recuerdo que, varias veces, iba adelante del Altar cuando el pastor hacía el llamado para quien quisiera aceptar a Jesús como su Salvador. Durante más de un año, en todas las reuniones en las que esa invitación se hacía, allá estaba delante del Altar. ¡Solo que nada cambiaba dentro de mí!

Hasta que, un día, vino la desesperación y, en el calor del dolor, yo me rendí y oré: “Bien, Señor, está aquí toda mi vida. Tómala para Ti. Ya no quiero vivir para mí”. Solo después de esa entrega de todo mi ser y de todos mis sueños y planes fue que ocurrió el nuevo nacimiento y el bautismo con el Espíritu Santo.

Vamos a suponer que usted haya hecho una compra por internet. Llenó todos los datos, realizó el pago, pero no recibió la mercadería en su casa. ¿Qué hace usted? Recurre al organismo de defensa al consumidor para requerir lo que es suyo por derecho.

Así también ha hecho el Señor Jesús: Él ha buscado a aquellos que son de Él por derecho.

He aquí, Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye Mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él Conmigo (Apocalipsis 3:20).

Continuará…

Si le interesa lea también: El rescate de nuestra alma (Parte I)

Libro: Secretos y Misterios del Alma
Autor: Obispo Edir Macedo

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