Fe relativa

Hace algunos años, en Inglaterra, un asesino condenado, con el nombre de Charles Peace, era conducido al cadalso para la ejecución. A su lado estaba un clérigo que le hablaba. Pasados algunos momentos, Charles Peace de súbito habló: –“¿El señor cree realmente en lo que está diciendo?” –“Sin duda”, respondió el clérigo, un tanto estremecido por la vehemencia de la pregunta.

–“¡No señor, usted no cree! –contestó Peace, con voz pesada–. Si yo creyese en lo que usted, señor, afirma creer, correría o incluso rastrearía por toda Inglaterra y por los campos, aunque estuviesen llenos de cascos de vidrio, para hablar a los hombres y mujeres con respecto a mi fe. ¡No señor, usted ni siquiera cree en aquello que profesa!”

Peace, el asesino, si creyese, removería montañas. Él sabía el poder y la importancia a que tal sentimiento puede alcanzar cuando es absoluto. Correría por los campos sobre cascos de vidrio anunciando su fe, si la tuviese. Paradójicamente, los informados en la fe minimizan el poder de su creencia, enseñan medias verdades y en el corazón guardan espacio para otros señores, como conviene a los cobardes en Cristo. Conocen la comida, pero no sienten el sabor. Cargan fe relativa, son bienes de la Biblia, pero ruines de la fe.

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