La lectura bíblica (Parte 3)

Tal vez el lector se pregunte: ¿Para qué existen entonces el ayuno y la oración? ¿Tendrán valor espiritual? ¡Claro que lo tienen, y de qué manera! Pero necesitamos verificar la razón de cada uno de ellos en el ministerio cristiano. Por ejemplo: Cuando queremos comer uvas, no sirve de nada que la tierra sea buena, que el tiempo sea propicio, si no plantamos la semilla apropiada. ¿No es así? Mire, si nosotros queremos recoger uvas, tenemos que plantar la semilla de la uva ¡lógico! De la misma forma sucede con la obra de Dios. Si queremos que los milagros sucedan en las iglesias, necesitamos fe, y ésta sólo viene con la lectura de la Palabra de Dios. Evidentemente que hay necesidad de oración y ayuno para que el Espíritu Santo pueda manifestarse a través de nosotros. El propio Señor Jesús afirmó que hay una clase de demonios que sólo se expulsan a través del ayuno y la oración; sin embargo, la fe es esencial para la operación de maravillas. Tanto el ministro de Dios como la persona necesitada, precisan tener fe para que se produzca el milagro. Cabe decir que ésta es la razón del porqué malos obreros han salido por todo el mundo, predicando el Evangelio del Señor Jesús, y han sucedido muchos milagros en las vidas de las personas; simplemente porque ellos tienen fe en aquello que está escrito en la Sagrada Escritura, y entonces los milagros acontecen naturalmente, teniendo en cuenta el hecho de que éstos ya fueron provistos por el Señor Jesús hace casi dos mil años, en la cruz del Calvario. Cuando alguien reclama a Dios el cumplimiento de Sus promesas, incluso sin estar consagrado, Dios le atiende, no en razón de sus méritos, sino únicamente para dar cumplimiento a Su Palabra, que es guardada por el Espíritu Santo de noche y de día. Ésta es la respuesta que podemos dar, sin pretender justificar nada, para aquellos que cuestionan los hechos milagrosos realizados por alguien que no está viviendo a la altura de la fe cristiana. El funcionamiento de la fe no depende totalmente de nuestras oraciones y ayunos, sino tan sólo de la certeza y confianza que depositamos en Dios y su Palabra.

Aquí puede llegar a cumplirse lo que dijo el Señor: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7:21-23).

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