La mansedumbre

El Señor Jesús dice: “Bienaventurados los mansos, porque heredarán la tierra” (Mateo 5:5). “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mateo 11:29). En ambos casos vemos que esta actitud es sumisión del hombre hacia Dios y, seguidamente, hacia los demás seres. Es una actitud de ternura del ser humano. Además del ejemplo del Señor Jesús, tenemos el caso de Moisés, que según Números 12:3: “Era el varón Moisés muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra.”

La mansedumbre es el resultado de la verdadera humildad, por el hecho del reconocimiento del valor ajeno sin considerarnos superiores. Si el Señor Jesús no tuviera esta virtud, jamás hubiera soportado la provocación de aquellos que lo insultaban y se burlaban de Él. Le fue necesario tener un espíritu manso para poder vencer las tentaciones.

El dominio propio

Este último fruto del Espíritu Santo significa un control de sí mismo, ante los impulsos de la carne, los cuales nos conducen a la muerte. Todo cristiano necesita auto disciplinarse para poder alcanzar las victorias por medio del Señor Jesús.

El cristiano vive en un mundo hostil, donde es visto como loco y él también ve al mundo de la misma forma. Estamos en este planeta, pero no pertenecemos a él. Estamos obligados a obedecer sus leyes, aunque sean contrarias a las del Señor. Una vez tras otra somos puestos en situaciones que, dependiendo de nuestras actitudes o de nuestro dominio propio, exaltaremos o avergonzaremos al Señor Jesús.

En Proverbios 16:32 encontramos que mayor es aquel que se domina, que aquel que toma una ciudad. De hecho, no existe conflicto más terrible que aquel que el hombre tiene consigo mismo para dominar sus propios instintos. Si no fuera por la actuación del Espíritu Santo en el alma del cristiano, éste jamás conseguiría dominarse a sí mismo.

“Cuando el apóstol Pablo se refiere a la lucha de la carne contra el Espíritu y viceversa (Gálatas 5:16-21) no está queriendo decir con esto que el “barro” con el que fuimos hechos sea impresentable. ¡No! Son, exactamente la voluntad y los instintos de nuestro “yo” los que luchan contra el Espíritu de Dios. Esa “carne”, llamada voluntad humana o “instinto” es quien debe ser dominada por la propia persona, a través del fruto del “dominio propio”.

Continuará…

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Libro: En los Pasos de Jesús
Autor: Obispo Edir Macedo

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