La segunda muerte (Parte I)

Por medio del Apocalipsis, el libro de las revelaciones del Señor Jesucristo a Sus siervos, nos enteramos de los acontecimientos finales de la humanidad. En él, el llamado a los que tienen oídos para oír la voz de Dios es hecho ocho veces (Apocalipsis 2:7,11,17,29; 3:6,13,22; 13:9). Eso sin contar las veces en las que los evangelios usan esa expresión. Ese llamado es una especie de invitación del Señor para librar al ser humano de la segunda muerte. Justamente porque Él no creó a la humanidad para el sufrimiento y la perdición.

Por eso, después de la caída de Adán y Eva en el Edén, vemos, en toda la Biblia, el plan divino en acción para rescatar a su más estimada creación de la condenación eterna.

El ser humano hecho alma viviente estaba destinado a vivir eternamente con el Altísimo, pues vino de Su soplo; pero, a causa del pecado, esa alma perdió el aliento de la vida eterna con Dios y murió espiritualmente.

Fue el pecado el que generó la muerte: “El alma que peque, esa morirá” (Ezequiel 18:4,20). La transgresión de Adán y Eva hizo que el alma muriera para Dios, pues se distanció de Él, pero no murió ni se distanció del mundo. No obstante, ese distanciamiento del Altísimo que viven todas las personas que no son salvas aquí en este mundo aún no es la peor separación. Cuando la vida del cuerpo se termine, el alma lo dejará y continuará viviendo, solo que ahora más distante de Dios aún —o sea, en el infierno—. Sin embargo, las Sagradas Escrituras revelan que el infierno es un destino inferior al lago de fuego y azufre, que será la pena final imputada a los condenados en la eternidad.

Cuando el Señor Jesús les habló a los fieles de la iglesia de Esmirna respecto a la recompensa de su fidelidad y de su perseverancia en la fe, Él dijo que aquel pueblo pasaría por la primera muerte, pero los salvos no experimentarían la segunda muerte.

El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. El vencedor no sufrirá daño de la muerte segunda (Apocalipsis 2:11).

Esto deja en claro que la primera muerte alcanzará a todas las personas, pero la segunda muerte es un daño solo para los infieles.

Daño es una palabra que denota perjuicio, heridas y algo extremadamente negativo. Ese daño, en el sentido espiritual, significa la sentencia final para los condenados al lago de fuego y azufre:

Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios [sexualmente impuros] y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda(Apocalipsis 21:8 RVR1960).

¡Vea cuán justo es el carácter del Altísimo! Mientras que Su palabra les promete recompensas extraordinarias a los fieles, como poder alimentarse del Árbol de la Vida (Apocalipsis 2:7; 22:2,14), tener un nuevo nombre (Apocalipsis 2:17), tener autoridad sobre las naciones (Apocalipsis 2:26), tener vestiduras blancas (Apocalipsis 6:11), tener la corona de la vida (Apocalipsis 2:10) y sentarse en el Trono de Cristo (Apocalipsis 3:21), aquellos que no reciban a Jesús como su Señor y Salvador y elijan vivir en el pecado serán juzgados y condenados para siempre.

Continuará…

Si le interesa lea también: Velad y orad (Parte II)

Libro: Secretos y Misterios del Alma
Autor: Obispo Edir Macedo

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