La visión de quien quiere vencer (parte 1)

Durante todo el libro de Apocalipsis vemos reprensiones, censuras y juicios Divinos sobre la Tierra y sus habitantes. Sin embargo, a partir del capítulo 21, podemos deleitarnos con el nuevo Cielo y con la nueva Tierra. Así, no conoceremos el Cielo donde el diablo, el archienemigo de Dios, estuvo y se rebeló con la tercera parte de los ángeles, pues nuestro Señor hizo todo nuevo para la llegada de Sus hijos. En el nuevo Cielo, no sufriremos con el juicio por medio de los sellos, de las trompetas y de las copas de la ira de Dios y ni siquiera veremos Su gran Trono como emblema de juicio y condenación, pues estaremos disfrutando de la recompensa de nuestra fe. Además, no vamos a experimentar ningún dolor, lágrima o sufrimiento, porque solo disfrutaremos de la posesión de la Salvación del alma, que es nuestro tesoro de valor incalculable.

Las revelaciones de Apocalipsis muestran que los salvos vivirán en un estado pleno de perfección, pues nunca más habrá pecado o inclinación al mal. Por lo tanto, ya no tendrán que trabar un conflicto contra sí, contra el diablo o contra el mundo, sino que entraremos en el descanso de Dios. Satanás y sus demonios estarán para siempre presos en el lago de fuego y azufre; por su parte, los salvos estarán bajo el gobierno espiritual y justo del Cordero de Dios, que reinará por los siglos de los siglos.

Aquellos que permanezcan fieles tendrán la más extraordinaria de todas las recompensas: ver el rostro del Creador, Dios, Padre y Señor por el cual vivieron. Ellos no solo Lo contemplarán, sino que también Lo servirán por toda la eternidad de un modo pleno. En la Tierra, quedamos frustrados por no lograr servir a Dios de la manera completa y perfecta a causa de nuestra humanidad. Por más que nos esforcemos, nuestro servicio todavía es insuficiente y nuestras palabras de alabanza no son nada comparadas a la grandeza y la sublimidad de nuestro Señor. Pero en el Cielo no será así, justamente porque todo se hará nuevo; es decir, allí no habrá maldición del pecado, no presentaremos más fallas ni desilusiones. Mientras muchos vencidos en la guerra sucumbirán a la marca del anticristo, los salvos tendrán en sus frentes el Nombre del Hijo de Dios. Es decir, por haberlo asumido y profesar su fe en la Tierra, pertenecerán a Él para siempre. ¡Qué seguridad!

Los salvos habitarán en la más esplendida de todas las ciudades, la Nueva Jerusalén. Ella está afirmada sobre el Fundamento eterno y tiene al Todopoderoso como su Arquitecto y Constructor. Los millonarios de este mundo, los académicos, los gobernantes, los generales o las celebridades no tienen ninguna garantía de que pasarán por sus portones, simplemente porque las posesiones, la fama y los títulos terrenales no sirven para conquistarla. Pero los ricos de fe, de coraje y de temor a Dios tendrán el placer de vivir en ella. Solo los que consiguieron, por medio del Espíritu Santo, regocijarse en las aflicciones y en las adversidades, por causa del Nombre de Jesús, podrán ver su gran recompensa en la eternidad. Estos oirán el saludo más especial:

(…) Venid, benditos de Mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo.

Mateo 25:34

Tener los ojos espirituales vueltos a lo que es incorruptible, en vez de a lo que es temporal, proporciona al ser humano la visión Divina de la vida y el Cielo como su destino final. Además, hace que tenga fuerzas para renunciar a los placeres transitorios del pecado en pro de la seguridad y de la perpetuidad del Cielo. Quien venza esa guerra de la fe y por la fe disfrutará un premio único, que es vivir en un lugar de paz y armonía, y descansará de todas las adversidades que enfrentó. Por su parte, los que perdieron, vivirán eternamente en un lugar de tormento, agonía, discordia y todo tipo de perturbación. Quien pierda la guerra por la vida eterna no tendrá un segundo de paz en su alma, y eso será irreversible.

continuara…

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