Éste es el quinto don del Espíritu Santo, entre los nueve existentes, y si observamos bien la definición de milagro, significa un hecho o un acto extraordinario que no se explica por las leyes de la naturaleza.
Observemos que todos los demás dones del Espíritu Santo están incluidos en este don, ya que todos son obra de Él, a través de sus siervos desparramados por todo el mundo.
Ese ministerio habla de los poderes obrados en la propia naturaleza. Como ejemplos, podemos citar algunos de los hechos.
Del Antiguo Testamento:
– Las aguas del mar Rojo divididas (Éxodo 14:21).
– Las aguas del mar se tornaron dulces (Éxodo 15:15).
– El agua de la roca de Refidim (Éxodo 17:6).
– El agua de la roca de Meriba (Números 20:11).
– Las aguas del río Jordán divididas (Josué 3:16).
– El sol y la luna detenidos (Josué 10:13).
– Elías hace bajar fuego del cielo en el Monte Carmelo (1 Reyes 18:38), etc., etc.
Del Nuevo Testamento podemos citar:
– El agua transformada en vino (Juan 2:9).
– Una tormenta calmada (Mateo 8:26).
– La apertura de las puertas de la cárcel (Hechos 5:19).
– Pedro es libre de la prisión (Hechos 12:7), etc.
Podemos ver que éstos, entre otros tantos poderes, traspasan las leyes de la naturaleza, pues es la manifestación real del don de operar milagros. Solamente son realizados por la voluntad de Dios para su honra y gloria, y de acuerdo con la necesidad existente en ese momento.
Como fue el caso de Josué, que tenía que tomar la ciudad de Jericó (Josué 6). En éste, como en los demás casos bíblicos, tenían que acontecer milagros porque no había otra manera de solucionar el problema.
Un gran ejemplo de este don, en la actualidad, es el caso de la Iglesia Universal del Reino de Dios, que sobrevive exclusivamente por las obras maravillosas realizadas por el Espíritu Santo, a través de sus siervos.
Continuará…
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Libro: En los Pasos de Jesús
Autor: Obispo Edir Macedo
