Tanto su cuerpo como su alma quedaron profundamente abatidos, pero el salmista reunió todas sus fuerzas para clamar al Altísimo

Póngale fin al dolor de su alma (Parte II)

En un determinado momento de su vida, el rey David pasó por luchas brutales. Había pecado contra Dios al cometer adulterio y al planear la muerte de su fiel soldado y marido de la mujer con quien se había acostado. Debido a eso, su alma se sumergió en un terrible sufrimiento. Si no bastara el dolor de haber desagradado a Dios, David además sufrió la pérdida de un hijo, la traición de otro hijo, la deslealtad de su principal consejero y la amenaza de perder el trono de Israel. Tanto su cuerpo como su alma quedaron profundamente abatidos, pero el salmista reunió todas sus fuerzas para clamar al Altísimo, diciendo:

… Oh Señor, ten piedad de mí; sana mi alma, porque contra Ti he pecado (Salmos 41:4).

David creía que Dios permanecía cerca, aun cuando todos se habían alejado. Dios permanece fiel, incluso cuando fallamos. Dios continúa siendo Dios, listo para socorrernos en los momentos de aflicción, en los que no hay ninguna fuerza en nosotros.

El salmista creía que el Dios Todopoderoso lo oía y, por eso, oró. Su salud física y espiritual fue restaurada, pues buscar al Señor hace por nosotros aquello que nada ni nadie puede hacer. Los remedios pueden tratar el cuerpo, pero solo Dios puede tratar y curar el alma. El entretenimiento pone una sonrisa en los labios, pero solo Dios le trae alegría permanente al alma.

Buscar las soluciones para los dolores del alma en un frasco de comprimidos o en cualquier otra cosa exterior y material es querer continuar en el sufrimiento.

Para que usted obtenga una respuesta como la obtuvo David, no es necesario tener una fe extraordinaria. Solo necesita colocar en acción esa pequeña chispa que hay en su interior. ¿No es alentador saber que existe Alguien capaz de sanar su dolor y que Él está a la distancia de una simple oración?

Por eso os digo que todas las cosas por las que oréis y pidáis, creed que ya las habéis recibido, y os serán concedidas (Marcos 11:24).

Parece un derecho del hombre ponerle fin a su propia vida, pero no lo es. El Altísimo es el Autor de la vida y solo Él tiene el legítimo derecho de quitarla. El suicidio no le pone fin al sufrimiento del alma; al contrario, la coloca en un nivel de dolor infinitamente mayor y, por eso, nunca es la salida para el sufrimiento.

El dolor, la angustia y la tristeza no terminan con la muerte del cuerpo, pues, como ya dijimos, el alma continuará existiendo después de que la vida en este mundo se termine.

Las oportunidades de darle fin al sufrimiento del alma ocurren ahora, en vida. Hay un Dios lleno de misericordia y bondad; hay un trono lleno de gracia y favor a su espera en este momento.

Si usted piensa en el suicidio como una solución, yo le digo: póngale fin al dolor de su alma, no a su vida.

Continuará…

Si le interesa lea también:  Póngale fin al dolor de su alma (Parte I)

Libro: Secretos y Misterios del Alma
Autor: Obispo Edir Macedo

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