¿Qué me darás?

Tengo en Abraham a un gran referente de fe. Por eso, obedezco lo que dice la Biblia, que nos manda a mirarlo y a tomar su ejemplo. El mismo Dios que bendijo a Abraham, siendo él “uno”, solo, de una tierra distante, de un pueblo idólatra e imposibilitado de generar hijos debido a la esterilidad y a la edad avanzada de Sara, su esposa, fue capaz de hacer de esa pareja el punto de partida de una nación poderosa, una vasta multitud en la Tierra. Miro a Abraham para jamás olvidar que Dios continúa siendo el mismo. En Él no hay sombra de variación o cambio.

Mirad a Abraham, vuestro padre, y a Sara, que os dio a luz; cuando él era uno solo lo llamé, y lo bendije y lo multipliqué.

Isaías 51:2

No obstante, quiero comentarles al respecto de un determinado día en la vida de Abraham, en el que Dios Se le aparece por medio de una visión. En esta aparición, notamos que, aunque las promesas Divinas fuesen maravillosas, el patriarca no quedó conmovido o alentado con las Palabras del Todopoderoso:

Después de estas cosas la Palabra del Señor vino a Abram en visión, diciendo: No temas, Abram, Yo Soy un escudo para ti; tu recompensa será muy grande. Y Abram dijo: Oh Señor DIOS, ¿qué me darás, puesto que yo estoy sin hijos, y el heredero de mi casa es Eliezer de Damasco? Dijo además Abram: He aquí, no me has dado descendencia, y uno nacido en mi casa es mi heredero.

Génesis 15:1-3

La fe aguerrida de ese hombre es vista en la respuesta que Le da a Dios. Su indignación era tanta que no le dio mucha atención a lo que acababa de oír. Notamos también que Abraham no tenía miedo de decirle al Señor aquello que pasaba en su interior.

Por eso, en otras palabras, esa respuesta era lo mismo que decirle al Altísimo que aquella declaración no consolaba a su corazón. Es decir, en la concepción de Abraham, él estaba a punto de morir y aún no había recibido el cumplimiento de la promesa de una posteridad bendecida, pues él ni siquiera tenía un hijo para que sea el heredero de su legado y de su patrimonio.

Algunas personas se ven aterradas solo de pensar en hablar con Dios de esa forma, pero Abraham no tenía ese miedo. Al contrario, su confianza intrépida venía de la calidad de su fe; a fin de cuentas, después de ese episodio, lo veremos honrado en los registros sagrados como el “padre de la fe”. Siendo así, Abraham no importunó a Dios ni fue reprendido por Él al reivindicar el cumplimiento de la promesa, sino que fue engrandecido por tamaño coraje.

Estoy seguro de que el atrevimiento de la fe de Abraham agradó al Todopoderoso, por eso Él le dio la visión del cielo estrellado y el tan soñado hijo con Sara, que es Isaac. Y, de este, hizo surgir a Israel, así como a naciones y a reyes, incluyendo al propio Señor Jesús.

Las buenas Palabras del Señor no quedaron restringidas a Abraham, sino que se cumplen hasta los días de hoy, por intermedio de nosotros también, pues somos considerados hijos de Abraham, sus descendientes espirituales, el nuevo Israel de Dios. El Altísimo, por lo tanto, no Se decepciona con la fe indignada, sino que la aprecia y la recompensa.

Vea que el mismo Abraham de la postura pacífica, cuando recibió la noticia de que su sobrino Lot había sido llevado cautivo por pueblos enemigos, reunió a todos sus siervos para ir a rescatarlo (conforme está escrito en Génesis 14:12-16). En total, tomó a 318 hombres nacidos en su casa, que eran pastores de rebaño, hombres de campo que no dominaban el arte de la guerra, pero que fueron armados por él para ir a la batalla.

¿Por qué Abraham tomó esa actitud? Porque la fe atrevida no tiene nada que perder. Violenta al infierno, arrasa las dudas y hace que se manifieste la grandeza de Dios.

“¿Quién es este filisteo incircunciso?” o “¿Quién se piensa Goliat que es?”. Fue esto lo que David preguntó al ver que Israel estaba siendo afrentada por los enemigos. Vivió una experiencia de indignación que vale la pena ser recordada para alentarnos.

David era un adolescente, el menor de su casa, por eso el rebaño de la familia quedaba bajo sus cuidados. Mientras le eran encargados los trabajos más modestos y despreciados, sus hermanos más grandes, que eran fuertes y hábiles con las armas, servían como guerreros en el ejército del rey Saúl.

David era tan desacreditado que le fue dada la tarea de llevarles comida a sus hermanos al campo de batalla. Pero, cuando aquel joven delgado vio la afrenta de Goliat, se indignó contra aquella situación. David no miró el tamaño del gigante; incluso, poco le importaba aquello, pues tenía en mente el tamaño de su Dios.

(…) ¿Quién es este filisteo incircunciso para desafiar a los escuadrones del Dios Viviente?

1 Samuel 17:26

Lo que provocó indignación en David era pensar en cómo un profano filisteo podría ofender al ejército del Dios Viviente y permanecer de pie. Vea que su razonamiento colocaba a la indignación en el lugar indicado; o sea, sabía que aquella afrenta no era para los soldados o para Israel, sino para el Todopoderoso.

Eso muestra que quien le falta el respeto y desacata a los de la fe insulta al propio Dios e intenta tocar Su gloria. Solo quien Lo tiene dentro de sí es inflamado por la indignación de la fe y también piensa y actúa de esa forma.

David no tenía condiciones humanas, pero su santa indignación lo tornó mayor que el gigante Goliat. Al observarlo, el guerrero filisteo desdeñó y se rio de su oponente que, además de tener una baja estatura, era joven y no tenía experiencia en guerra. Goliat solo lograba ver el físico de un simple pastor de ovejas, no la grandeza de su interior ni de su fe.

La Biblia dice: “(…) David se dio prisa, y corrió a la línea de batalla contra el filisteo” (1 Samuel 17:48 RVR1960). También prometió dar la carne de aquel gigante “(…) a las aves del cielo y a las fieras de la tierra” (1 Samuel 17:46).

La fe aguerrida es así: violenta, loca y sobrenatural. Solo entiende quien la posee.

Violenta porque quien cree que el Dios de David es el mismo hoy, jamás permite que los Goliat prevalezcan sobre su vida;

Violenta porque quien cree no se conforma en leer todo lo que está escrito en la Biblia y no ver eso cumpliéndose en su vida;

Violenta porque quien cree se rehúsa a confiar en el mismo Dios de Moisés y vivir como esclavo de los “egipcios”;

Violenta porque quien cree rechaza el hecho de creer en el mismo Dios de Josué y no tomar posesión de Sus promesas;

Violenta porque quien cree no se conforma en depositar su fe en el Dios de Gedeón, ser llamado “hermano” y, aun así, estar sujeto a las humillaciones de los enemigos;

Violenta porque quien cree que el Hijo de Dios ya despojó a los principados y a las potestades no admite que estos tengan dominio sobre su vida;

Violenta porque quien cree violenta a su ser por completo para que pueda apoderarse del Reino de los Cielos;

Violenta porque quien cree que el Señor es el Dios de la Paz sabe que Él aplastará a Satanás dejado de nuestros pies (Romanos 16:20);

Violenta porque quien cree está permanentemente indignado y en guerra contra las fuerzas de las tinieblas.

Por lo tanto, la violencia de la fe que raciocina es contra el mundo, y el mundo es contra quien la posee. Por eso, quien la posee se constituye amigo de Dios y enemigo del diablo. Quien entiende eso no gasta su tiempo con futilidades.

Estamos en días de tanto entretenimiento que las personas han perdido la noción de la propia realidad. Muchas pasan horas y horas de su día en las redes sociales, en los videogames o viendo películas y series en la TV o en internet y no notan que esas distracciones tornan imposible una comunión con Dios.

Esas personas quedan sobrecargadas con el “vino” de este mundo y piensan que algunos minutos de lectura bíblica o la presencia en un culto serán suficientes para estimular su fe y dejarla en alta para vencer los problemas. ¡Pero claro que eso no es posible! La vida cristiana no es hecha de magia, sino que es desarrollada con renuncia diaria y sacrificio constante.

Veo a esa facilidad para el entretenimiento, para las distracciones y para la diversión como una gran estrategia del diablo, porque cada vez que se pierde el enfoque, se pierde la batalla.

Entonces, en esta guerra de todos los días por la sobrevivencia espiritual, trabamos una lucha entre el corazón y la razón, entre la Voz de Dios y la voz del diablo. Vencerá quien nutre dentro de sí el único sentimiento benéfico para la fe: la indignación. Este sentimiento hierve nuestra fe y nos hace vivir de fe en fe siempre y hasta el fin, si nos mantenemos conectados a Él.

Mensaje sustraído de: Cómo Vencer Sus Guerras por la Fe (autor: Obispo Edir Macedo)

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