Cuando todo se torna perdido…

Sepa que no sirve de nada comenzar la batalla de la fe si no la termina. La condición para recibir la corona de la vida de las Manos del Señor Jesús es ser fiel hasta la muerte; es decir, permanecer irreprensible en Su justicia hasta el fin. La fidelidad es un fruto del Espíritu que debe crecer a medida que caminamos con nuestro Señor. Cuanto más maduros y experimentados en la fe, más debemos soportar firmes las tribulaciones y las injusticias de esta vida, sin desanimar.

Aquellos que retroceden tienen, de la parte de Dios, la siguiente advertencia: “El alma que peque, esa morirá (…)” (Ezequiel 18:20).

Dios nunca quiso el sufrimiento y la perdición de nadie. Al contrario, a todos trata con justicia, para que cada uno reciba mediante sus propias elecciones y obras. Así, no podemos olvidarnos que “la justicia del justo será sobre él y la maldad del impío será sobre él”, para que, de acuerdo con la conducta, también sea la recompensa.

(…) La justicia del justo será sobre él y la maldad del impío será sobre él. Pero si el impío se aparta de todos los pecados que ha cometido, guarda todos Mis estatutos y practica el derecho y la justicia, ciertamente vivirá, no morirá. Ninguna de las transgresiones que ha cometido le serán recordadas; por la justicia que ha practicado, vivirá. ¿Acaso Me complazco Yo en la muerte del impío — declara el SEÑOR DIOS — y no en que se aparte de sus caminos y viva? Pero si el justo se aparta de su justicia y comete iniquidad, actuando conforme a todas las abominaciones que comete el impío, ¿vivirá? Ninguna de las obras justas que ha hecho le serán recordadas; por la infidelidad que ha cometido y el pecado que ha cometido, por ellos morirá.

Ezequiel 18:20-24

Eso significa que todos los hechos de justicia pueden ser olvidados si la persona se desvía de la fe, así como todos los actos pecaminosos pueden ser perdonados, si tan solo hay arrepentimiento. El siguiente ejemplo ilustra bien esto.

Manasés fue el peor rey que tuvo Judá. A pesar de eso, fue el que por más tiempo reinó en todo Israel. Subió al trono con 12 años y gobernó durante 55 largos años (ver 2 Crónicas 33:1). Prácticamente, durante todo ese tiempo, Manasés hizo lo malo ante los ojos del Señor, provocando Su ira.

Aunque haya sido hijo de Ezequías, un padre fiel y temeroso a Dios, Manasés eligió involucrarse con la hechicería, la necromancia, las adivinaciones y la idolatría. También fue capaz de levantarles altares a sus ídolos dentro del Templo, en Jerusalén, profanando así la Casa de Dios. Además, quemó a sus hijos y a hijos de otras personas en sacrificio a Moloc en esos altares paganos (2 Reyes 21:5-6). Inveterado en el pecado, Manasés actuó con injusticia y violencia contra su propio pueblo. Pero, al final de su vida, preso y humillado por sus enemigos, regresó ante el Altísimo arrepentido. A causa de eso, Manasés fue perdonado, restaurado y recibió de Dios una nueva oportunidad (2 Crónicas 33:12-13).

La historia de ese rey ejemplifica que el perverso puede volver a la fe y encontrar el perdón. Para eso, tiene que buscar, con sinceridad, un cambio de su viejo corazón. Pero también puede suceder lo opuesto. A fin de cuentas, el Todopoderoso actúa a través de Sus leyes y Sus rectos decretos. Por lo tanto, si el justo se desvía de Sus caminos, aunque haya pasado toda la vida dedicada a la fe, al final, perecerá. Este caso certifica que es completamente errónea la enseñanza “Una vez salvo, salvo para siempre”. El versículo 24 de Ezequiel 18 refuta esa doctrina que dice que es imposible perder la Salvación: “(…) Ninguna de las obras justas que ha hecho le serán recordadas; por la infidelidad que ha cometido y el pecado que ha cometido, por ellos morirá”.

Por eso, conozcamos y prosigamos conociendo al SEÑOR, nuestro Dios (Oseas 6:3), pues no es suficiente tener solo algunos o muchos años en la fe y en la obediencia a Dios. ¡Es necesario vivir y morir en esta fe! Cualquiera que muera en sus pecados sin antes recibir el perdón y la justificación del Señor Jesús sobre sí, perderá su alma.

Vencer o perder son las dos únicas opciones que el ser humano tiene en la guerra por la Salvación del alma.

Y el Espíritu y la esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que desea, que tome gratuitamente del agua de la vida.

Apocalipsis 22:17

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