El Getsemaní de cada uno

Cada uno tiene su propio Getsemaní, o sea, momentos en la vida en que nuestras intenciones y sentimientos son prensados. Si nuestra alma no se arrodilla ante Dios, como lo hizo el Señor Jesús, no lograremos obedecer al Padre. Y solo puede ser considerado un vencedor aquel que es capaz de decir verdaderamente: ¡sea hecha Tu voluntad!

                        Por lo tanto, la experiencia del Señor Jesús en el Getsemaní también es la nuestra, pues siempre tenemos una copa en las manos que implica hacer o no la voluntad de Dios.

                        Muchas veces, ni siquiera está en cuestión un acto pecaminoso, sino pequeñas decisiones que hacemos sin consultar la voluntad de Dios. No es por casualidad que hay tantos cristianos mal casados, tantos negocios fracasados, tantas sociedades deshechas y tantas otras confusiones. En el afán de hacer lo que les parece, a las personas no les importa lo que Dios piensa, pero corren a Él cuando todo va mal.

                        Para evitar problemas innecesarios, ore todos los días buscando conocer la voluntad de Dios. Pero diga con sinceridad, principalmente en los momentos más difíciles de su vida: “¡Sea hecha Tu voluntad!” Esta es la única manera de vencer nuestra guerra interior.

                        Esta enseñanza es importante porque, en la lucha por la Salvación del alma, tenemos guerras entre el exterior y el interior, el alma y el espíritu, el corazón y la razón, la carne y el Espíritu. Y es el vencedor quien decide el destino final del alma. Tenemos que reconocer que, aunque Dios sea el Todopoderoso, no siempre Su Espíritu vence a la carne. Eso es porque la carne, el exterior, el alma o el corazón no se sujetan a la ley, que es la voluntad de Dios (Romanos 8:7). Eso solo sucede si la persona así lo quiere.

                        Porque el pecado no tendrá dominio sobre vosotros,

pues no estáis bajo la ley sino bajo la gracia.

                        Romanos 6:14

                        Por eso, podemos afirmar que las corrupciones del hombre exterior, o sea, las obras de la carne, no tienen poder para anular los valores espirituales del hombre interior sin el permiso de la propia persona. Porque el hombre interior dispone de muchos recursos para neutralizar al hombre exterior, como la confesión de pecados, el arrepentimiento, la oración, el ayuno, la humillación, etc. Medios para levantarse del pecado y de la frialdad espiritual no faltan.

                        En el caso de quien cayó en pecado, el diablo comienza a acusarlo con insistencia. Por eso, su conciencia duele, pues sabe que está mal. ¿Qué hacer entonces? ¿Dejarse llevar por el desánimo o usar las herramientas de la fe para levantarse? Si su confesión a Dios fue sincera, inmediatamente recibirá el perdón por la fe. A partir de entonces, retornará al estado original de paz con Dios, porque abandonó el pecado y el pasado de insumisión a Su voluntad. Y, así, es rescatado a través de una fe práctica, que no tiene nada que ver con sentimientos, solo con obediencia.

                        Esta es la fe pasada por Pablo, cuando nos estimula a no desanimarnos a causa de una debilidad de la carne: “Por tanto no desfallecemos, antes bien, aunque nuestro hombre exterior va decayendo, sin embargo nuestro hombre interior se renueva de día en día” (2 Corintios 4:16).

                        Por más pesada que sea nuestra carga de cada día, aun así, es infinitamente inferior cuando asumimos el yugo del Señor Jesús. Si alguien lamenta el dolor del Getsemaní, el peso de la cruz o el yugo de Jesús, es porque no quiere someterse a la voluntad de Dios. ¡Y allí viene el gran problema! A causa de las malas elecciones, las personas cosechan malos frutos, y nadie que coseche lo que es malo puede culpar a nuestro Señor.

                        Muchas veces, despreciamos, ignoramos e incluso rechazamos hacer Su voluntad. Pero, en el momento de la cosecha amarga de la carne, Le reclamamos. ¿Es justo eso? He aprendido que, por más grande que sea mi fe, jamás puedo usarla para hacer que prevalezca mi voluntad.

                        Quien quiera evitar el mal, que huya de él. Es decir, quien no quiera ser víctima de la violencia y de los males de este mundo, aléjese de sus ofertas diabólicas. Huya de las malas compañías, de las fiestas plagadas de drogas y alcohol, y de videos, películas, canciones, reuniones públicas o privadas que estimulen la pornografía, la maledicencia y otros deseos de la carne. Si el cristiano observa las desventajas del pecado, ciertamente entenderá que el yugo del Señor Jesús realmente es fácil y Su carga es ligera, y logrará someterse a la voluntad de Dios.

                        Tomad Mi yugo sobre vosotros y aprended de Mí, que Soy manso y humilde de corazón, y hallareis descanso para vuestras almas. Porque Mi yugo es fácil y Mi carga ligera.

                        Mateo 11:29-30

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