La guerra que ocurre dentro de nosotros (parte 2)

La generación de creyentes carnales que vive, piensa y se comporta como los incrédulos revela que, incluso siendo conocedores de la Palabra, son esclavos del pecado. Ellos no saben, o no quieren atender al principio de que la vida con Dios es muy bien definida, y que en ella no hay dualidad. A fin de cuentas, nadie puede servir a dos señores, así como nadie puede andar en la carne y en el Espíritu al mismo tiempo.

Somos luz o tinieblas; bondadosos o malvados; auténticos o hipócritas; agradecidos o murmuradores; fieles o infieles; y cosecharemos vida o muerte eterna. Eso significa que, de una misma fuente, no puede rebosar agua buena y amarga.

En la batalla contra el pecado, solo vence quien vive en la justicia. Quien vive en el pecado es esclavo del pecado y pierde la vida a causa del pecado. A fin de cuentas, está escrito: “(…) la paga del pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23).

Quien se mantiene en el pecado es débil, porque la carne es débil. Esa persona es indefinida, además de ser una fuerte candidata al infierno. Para tornarse fuerte, necesita sacrificar su vida por el Señor Jesucristo y recibir el Espíritu Santo, con el fin de tornarse justa y, así, vencer al pecado (injusticia).

Reflexionemos juntos: si hombres como David y Pablo no estaban inmunes a las inclinaciones pecaminosas, nosotros tampoco lo estamos. Por lo tanto, cada uno tiene que luchar contra sí mismo si quiere combatir la buena batalla de la fe hasta el fin.

En la guerra por la Salvación de nuestra alma y por la corona de la vida, no se puede vacilar ni siquiera un minuto, pues solo recibiremos el galardón, que es estar para siempre con nuestro Señor en la eternidad, si permanecemos firmes y fieles a Él hasta el fin de nuestra vida.

A pesar de que la mayoría ame el pecado, hay algunos pocos que han conservado la fe viva en el Dios Justo y Santo. Por eso, no se inclinan ante el pecado ni se asocian con los que viven en él.

Sabemos que solo una pequeña parte de los cristianos vence a sus deseos, al diablo, al mundo y a todas las tribulaciones que cercan nuestra jornada aquí. Para esos, que no renuncian al alto privilegio del Cielo ni cambian por nada su Salvación, existe el ánimo diario del Señor Jesús con promesas tan sublimes como esta:

He aquí, Yo vengo pronto, y Mi recompensa está Conmigo para recompensar a cada uno según sea su obra. Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último, el principio y el fin. Bienaventurados los que lavan sus vestiduras para tener derecho al árbol de la vida y para entrar por las puertas a la ciudad. Afuera están los perros, los hechiceros, los inmorales, los asesinos, los idólatras y todo el que ama y practica la mentira.

Apocalipsis 22:12-15

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