La razón del Señor

Todas las veces que el siervo intenta justificarse, pierde la razón, es decir, pierde su condición de siervo. Cuando intenta argumentar sus razones, en el fondo, él está intentando colocarse en el mismo nivel del Señor. El siervo no debe justificarse o exponer sus razones, sino servir.

El Señor Jesús vivió en la dependencia del Padre durante todo su ministerio terreno. Eso lo mostró cuando ayunaba, oraba y vigilaba. En la hora más angustiante, en el Jardín del Getsemaní, no reclamó ni tampoco protestó por Su situación, sólo imploró al Padre que hiciese pasar a que el dolor, pero, por, sobre todo, que se hiciera la santa voluntad del Padre.

El Señor Jesús fue un siervo perfecto, ¡incluso en la hora de mayor aflicción! Él podía discutir con el Padre, buscar mil razones, para que su sacrificio fuese hecho sin que tuvieran que separarse. ¡Pero no! Por única vez en la historia de la eternidad, el Hijo de Dios tuvo que someterse al abandono total del Padre y por eso confesó a Pedro, Santiago y a Juan, en Getsemaní:

“…Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo.” Mateo 26:38

Y más tarde, cuando estaba colgado en la cruz, clamó, diciendo:

“…Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Mateo 27:46

Allí en la cruz, sufriendo mucho más en el alma que en el cuerpo, el Señor Jesús no se dirigió al Padre, como las veces anteriores. Porque ambos ya estaban separados, desde su prisión en el jardín. Con el pecado de la humanidad sobre su cuerpo, no tenía el derecho de invocar al Padre y por eso clamó a Dios.

Delante de esto ¿qué más necesita saber el siervo, para dar lo mejor de sí mismo para su Señor, sin murmuraciones, reclamos o lamentos?

Continuará…

Libro: El Señor y el siervo
Autor: Obispo Edir Macedo

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